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Mostrando entradas de 2024

Pelos en la ducha.

  Cada mañana, es lo mismo. Me levanto antes de que el despertador suene, como si mi cuerpo se hubiera aprendido a no depender de él. La casa está en silencio, demasiado, y mientras camino descalza hacia el baño, puedo sentir el frío del suelo bajo los pies, pero ya no me molesta. Me he acostumbrado. Entro en la ducha, dejo que el agua corra, siempre un poco más de lo necesario, como si en esos segundos de espera se diluyera algo que no sé bien cómo nombrar. Me inclino ligeramente hacia adelante, las manos en el borde del mármol húmedo, y entonces lo veo. Los pelos. Siempre están ahí, pegados en la rejilla del desagüe, esperando a que los recoja. Finos, castaños, algunos blancos. Nunca antes los había notado tanto. Los recojo uno por uno, con una especie de asombro mecánico, como si fueran pruebas silenciosas de lo inevitable. Los primeros días no les di importancia, pero ahora, cada mechón que cae se siente como un pequeño aviso, una señal de lo que va desapareciendo sin que ...

El silencio de los Pirineos

 En la vastedad silenciosa de los Pirineos aragoneses, Inés vivía en un pequeño pueblo, una reliquia donde las casas de piedra eran testigos mudos del tiempo. Los días transcurrían entre monotonía y nostalgia. Inés había regresado al pueblo tras una vida en la ciudad, buscando escapar del bullicio y reencontrarse con sus raíces. Pero lo que encontró fue un silencio abrumador. Su rutina consistía en largas caminatas por senderos bordeados de trigo y girasoles marchitos, paisajes antaño fértiles. Cada atardecer, se sentaba frente a la ventana, viendo cómo el sol se ocultaba tras las montañas. Recordaba las voces de sus abuelos, las historias de un tiempo en que el pueblo estaba lleno de vida. A medida que pasaban los días, la soledad calaba más hondo. Las noches, se volvieron opresivas, y el frío de los inviernos se instaló en su pecho. Inés empezó a sentir una desesperanza creciente, una sensación de abandono que no lograba sacudirse. La conexión con la naturaleza, que antes la cons...

El ascensor

Juan era un niño de ocho años que vivía en el octavo piso de un edificio antiguo. Con su corta edad, ya se había convertido en un experto en usar el ascensor para hacer recados, como comprar el pan en la tienda de abajo. Aquel día, su amigo Carlos había subido a su casa para jugar, pero pronto tuvo que irse porque su madre lo esperaba en la calle. Juan lo acompañó hasta la planta baja, asegurándose de que saliera bien. — Nos vemos mañana—dijo Carlos mientras corría hacia su madre. Juan observó cómo se alejaban y luego regresó al ascensor, apretando el botón del octavo piso. Mientras las puertas se cerraban, Juan sintió un leve escalofrío recorrer su espalda, pero lo atribuyó al viento que se colaba por la puerta principal. Cuando llegó a su piso, salió del ascensor y caminó hacia la puerta de su casa. Estaba cerrada. Frunció el ceño, seguro de haberla dejado abierta. Tocó el timbre, esperando oír los pasos familiares de su madre, pero no hubo respuesta. Golpeó la puerta con los nudil...

El último habitante

  Con los pies aún desnudos, se apoyó en el frío suelo de terrazo desgastado. Su mano agarró la bata que colgaba encima de la mecedora y, con cierta dificultad, se la echó por encima de sus huesudos hombros. Pensó que quizás iría más cómoda con ella puesta, pero aquella mañana se levantó con un dolor añadido a sus habituales molestias de espalda y huesos. Arrastrando los pies, llegó hasta el cuarto de baño. La luz amarillenta parpadeaba. Le dio igual, total, aquella mañana sería la última en que aquel espejo reflejara su imagen. Tenía prácticamente todo preparado para marcharse. Una luz tenue entraba tímidamente por la ventana del baño. Aún quedaban algunas horas para que su hijo fuera a buscarla e irse a vivir con él. Unas horas para ella sola en aquella casa. Un tiempo para despedirse de sus rincones y fantasmas. Peinó su pelo canoso y unos finos mechones quedaron atrapados en su cepillo. Suspiró con resignación. Acercó su cara al espejo; un rostro inundado de arrugas, solo en su...