Un sueño macabro
Mi padre, antes de cada comida le hacía la señal de la cruz al pan. Hace tiempo que no le veo hacer tal gesto—pienso, que a lo mejor, es porque hace años que no me siento en la mesa con él, o a lo mejor es a causa de el accidente que sufrió hace ya años—; mi padre no tiene piernas. Las perdió en un accidente de coche. Iba con mi madre. Los dos solos. Ella no sufrió ningún rasguño, y a él le quedaron dos muñones amorfos y desiguales. Desde que le dieron el alta a mi padre en el hospital, mi madre duerme en otro cuarto—dice que es para que descanse mejor—. Excusas baratas. A madre, mi padre le da asco. No me lo ha dicho—no hace falta—, cada día tiene que bañarlo, y en una de mis escasas visitas, pude ver el reflejo de la cara de mi madre en el espejo del cuarto del baño. Aquella luz amarillenta y parpadeante era testigo de que las acciones—lavar sus muñones ulcerosos— a mi madre le repugnaba. Esa mañana, me encontraba casualmente en el quicio de la puerta de madera vieja y carcom...