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Los crimenes de Zaragoza

  Me llamo Leticia Soler y hace tiempo dejé de contar los días que pasan. En mi piso ruinoso, la vida se mide en colillas apagadas y latas de cerveza vacías. Cuando la ciudad duerme, yo leo; cuando despierta, yo fumo y bebo. No espero redención, solo un final digno, aunque sea oscuro. Esa noche al volver de El Tubo con los labios resecos de tanto fumar y beber, encontré el libro en mi buzón. No tenía portada, solo un título gastado en letras doradas: Los crímenes de Zaragoza. Lo abrí al azar mientras el eco de mis tacones resonaba en el suelo de madera enmohecida. Las palabras me dejaron boquiabierta: una mujer asesinada en el Puente de Piedra, su cuerpo colgado de las barandilas, balanceándose como una muñeca al ritmo del cierzo. Cerré el libro y me encendí un cigarro. Era ficción, me dije, aunque las descripciones me pusieron los pelos de punta. A la mañana siguiente, la noticia me golpeó como un puñetazo: habían encontrado a una mujer en el Puente de Piedra, colgada. Intenté ign...

Un domingo cualquiera

—¿Entonces ahora soy "el tacaño del grupo"? —Sergio estaba de pie junto al fregadero, con los brazos cruzados. Clara, aún en pijama, se encendió un cigarro y se encogió de hombros. —Si no quieres que te llamen tacaño, deja de hacer cosas de tacaño. ¡Joder! —¿Ah, sí? ¿Qué cosas? —Como decir que el pan de la cena era caro. Sergio abrió las manos, incrédulo. —¡Cuatro euros por un pan! Eso no es caro, es un robo. —Es pan artesanal, Sergio, no una barra de plástico del supermercado. —El pan es pan. Clara resopló y apagó el cigarro en el cenicero. —¿Sabes qué? Haz lo que te de la puta gana, Sergio. Pero no me pongas esa cara de mártir porque me pones enferma. Él se quedó mirándola durante unos segundos, con la mandíbula tensa, y luego se giró hacia la puerta. —Voy a correr. —¡Pues corre, Usain Bolt! ¡Tira a tomar por el culo!—gritó Clara mientras él salía, cerrando la puerta con un golpe. En cuanto escuchó los pasos de Sergio alejarse por la escalera, Clara sacó su móvil. —¿Es Rufo...