El chamizo de la Inés

 

Cruzó la esquina con su coche todavía en tercera y se comió como hubiera dicho—el Dani— todo el bordillo. Acababa de estar con él—con el Dani—pero no le dijo cuando lo dejó en la misma puerta del Mercadona que se iba a casa de —la Inés—

    Mientras se alejaba después de haberlo dejado en la puerta del supermercado con sus zapatos de goma, su chaleco que le quedaba un poco justo para su gusto y eso que —el Dani—era flaco; un tirillas, como lo llamó aquella vez en ese bar donde se lo bebieron todo, mientras — el Dani— le contaba sus historias para no dormir, el chaleco—pensó ella—le quedaba demasiado estrecho.

    Habían estado tomando un café en un bar cercano; un cortado para ella y un café solo con orujo para él y mientras ella se dedicaba a explotar el sobre de azúcar haciendo que los granos saltaran por encima de su falda—el Dani —sacó de su mochila un paquete de Donuts que devoró prácticamente sin masticar, mientras ella lo miraba con ojos escrutadores, dejando a un lado el sobre vacío de azúcar y anotando algo en un pequeño cuaderno que luego con total seguridad ella no entendería nada de lo apuntado.

    No le dijo nada. Realmente no lo hizo porque hasta que no lo dejó en la puerta del supermercado como a un perro abandonado, no fue cuando decidió que iría a casa de —la Inés.—Realmente en casa de—la Inés—no había nada, ¿o sí que lo había? —El Dani—no llegaba a comprender  como a ella le gustaba estar ahí.—Porque ahí tengo mi parcela.—Era siempre su respuesta—¿Pero que parcela? Sí eso es un secarral. El secarral al que se refería—el Dani— era un pedacito de cielo para ella, que de las pequeñas agrupaciones de piedras salían hierbajos que subían por la pared sucia y vieja de cemento enredándose entre si. Además —la Inés—le había dado una llave a ella: -ven cuando quieras, no hace falta que avises. Y eso es lo que ella llevaba días haciendo; quizá meses, no estaba segura...Por eso después de dejar a —el Dani—en la puerta de su trabajo, acudía directamente al chamizo de —la Inés— Ahí subía a el secarral y se tumbaba al sol, podía estar así durante horas, había incluso días que no había sol, pero ella se tumbaba igualmente.

    La moto del vecino de al lado, no le dejó aparcar el coche en la misma puerta del chamizo de —la Inés— Además,  la puerta de la casa del vecino se encontraba abierta de par en par y la música alta unida a unos golpes de martillo hizo en ella hiciera un amago de volver a retomar el camino de vuelta a casa. Se sintió incómoda, no sabía porque, pero el echo de no poder dejar su coche en la misma puerta  de—el chamizo—, y de verse descubierta por el vecino de—la Inés—la hizo sentir extraña, como si estuviera invadiendo algo que no era suyo. Pero no lo hizo. Aparcó el coche en la acera de enfrente, sacó la llave del contacto y se colocó las gafas oscuras de sol. Salió de su Seat y cerró la puerta muy suave; no quería que el vecino escuchara nada que no fueran sus propios ruidos. Introdujo de manera sigilosa la llave en la cerradura de la puerta de —el chamizo— Una vez dentro sacó el aire retenido, y fue entonces cuando se dio cuenta de que la siguiente puerta que unía la cochera a las escaleras que llevaban a —su parcela—estaba abierta, colgando de la cerradura un llavero que ella misma colocó hacía ya unos cuantos años pero que aun con el paso del tiempo podía leerse a la perfección: clínica siquiátrica—El chamizo—

El sonido de un whatsapp hizo que le temblara la mano. Sacó su móvil del bolso:

El Dani—: ¿Dónde estás?

La Inés—...




     




Comentarios

  1. De todas formas, sigo pensando que hay más idos de la olla fuera de los loqueros que dentro.

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  2. Cuesta encontrar tu refugio.

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