RELATO
VIRUS
Son las 5.00
horas de la mañana y no puedo dormir. Víctor se encuentra a mi lado. Sus
párpados están en continuo movimiento. Sus descansos son gracias a los
ansiolíticos, y a pesar de todo, su vigilia está llena de pesadillas. Hace dos
días se levantó llorando a las 3.00 horas de la mañana, parecía un niño
pequeño. Víctor no recuerda nada de aquello, o a lo mejor no quiere hacerlo.
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Estamos en
nuestro sofá, que a la vez es nuestra cocina, sala de estar y dormitorio. Oímos
las noticias en la tele. Nos suenan lejanas, como si no nos incumbiesen.
Nosotros no pertenecemos al mundo. Víctor y yo tenemos nuestro propio trozo de
universo, y lo demás nos da igual. Hablan de un virus o algo parecido. Me río,
porque el nombre que le han puesto me suena a trabalenguas. O a lo mejor, la
risa es por el efecto que el porro está
haciendo en mí.
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Nos ha tocado
la lotería. Lo sabía. Víctor me insistía que al final dejamos el bote de nocilla en la estantería
de la tienda. Le respondí que no. Me llamó cabezota. Al fondo de uno de los
cajones de mi mesilla, junto a mi ropa interior, estaba el tarro. Lo que no
recuerdo es que está haciendo ahí.
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No sé qué será
de él cuando se le acaben los tranquilizantes. Son las 5.04 horas de la mañana.
En situaciones normales me hubiera levantado, pero ahora, ¿para qué? Hasta que
no amanezca no entrará un poco de luz. La hora del reloj parpadea. Tengo que
acordarme de cambiar la pila. El tiempo real es lo único que me mantiene
cuerda.
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Recibo un mail
desde recursos humanos de mi empresa: Se comunica que hasta nueva orden,
todos los trabajadores desempeñaran su funciones desde sus casas...A
continuación le facilitaremos su clave de acceso...Ahí siento una leve
punzada; Víctor lleva dos noches fuera
de casa por trabajo.
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A pesar de que
la casa está en penumbra me levanto. Tengo que cambiar la pila antes de que
decida dejar de funcionar. Me siento unida a esa pila. Yo soy esa pila. Me
levanto y corro por el pasillo a oscuras. Manoseo los cajones. Abro el primero
y lo revuelvo todo. Pienso que en cuanto vuelva a la habitación, la pila del
reloj se habrá gastado, y con ella yo me hundiré en un mutismo. Abro el segundo
cajón, y me pregunto dónde estarán las pilas. Rozo un trozo de cartón
plastificado y lo siento como algo que me pertenece. Cojo el paquete de pilas y
las sujeto con fuerza. Si las dejo caer al cajón, se irán a su
fondo, y no me quedará más remedio que ir a por ellas.
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El gobierno ha
dado la voz de alarma; el virus ha mutado:" Se ordena que a partir de
ahora no salgan de sus casas". "No es algo preventivo"."Es
una orden". "Les iremos informando..." Todo esto lo están
retransmitiendo por televisión desde la Casa Real. Me pregunto, si los cámaras
y el periodista que se encuentran junto al rey, y a una corte de políticos en
el palacio, se quedarán, o si por el contrario en cuanto apaguen las cámaras,
los echaran a los perros por si estuvieran infectados; es lo que tiene viajar
por todo el mundo, que si no tomas precauciones, a lo mejor también te
contagias. El rey ha preferido hablar con su voz. Ha rechazado el micrófono del
periodista. Claro, los virus están en todos los sitios.
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Víctor lleva
unos días mal en general. Ayer le dio un ataque de ansiedad. Le recuerdo que
tiene que ir a su médico a por sus pastillas. La cita se la dan para ocho días
después del aviso de alerta.
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No dejo de
pensar en el periodista y en los cámaras. ¿Seguirán en el Palacio? Claro que
no, estarán en sus casas. Además, no se me escapó el estornudo del rey justo en
el momento de acabar su comunicado, y como, con cierto disimulo el presidente
echaba un paso hacia atrás.
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Fuimos con mi
coche. Después de que Víctor volviera a casa tras dos días fuera. El maletero
de mi Seat es más grande. Tuve que inspirar fuerte cuando vi que ya no quedaban
carros en el supermercado. Las estanterías se encontraban medio vacías. ¿Todo
esto, donde lo he visto? En alguna película de zombies. La cajera con el pelo
naranja hiperventilaba mientras iba pasando las latas de judías y los paquetes
de huevos por la cinta.
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Llevamos diez
días sin luz. Menos mal que es primavera. Hace calor. El agua hay que
racionarla. Víctor está raro, o a lo mejor la rara soy yo, solo sé, que en
estos momentos no lo soporto.
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Hoy Víctor me
ha pedido que nos vayamos a vivir juntos. Hemos ido a ver un par de
apartamentos que se encontraban en el centro. El irme a vivir con Víctor, hace
que me sienta la mujer más feliz del mundo. ¿Puede ser la vida más bonita?
Quiero a Víctor y me gustaría gritarlo a los cuatro vientos. Me da pena la
gente que no puede ser feliz como lo soy yo ahora en estos momentos. Mucha
pena.
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En el paquete
ponía: pilas alcalinas. ¡Y una mierda! Ya no tenemos reloj.
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Enchufo y
desenchufo más de cien veces el cable del televisor para ver si hay señal.
Enciendo el portátil haciendo el mismo gesto. El ordenador hace días que dejó
de intentar hacer conexión. La imagen del televisor lo cubre una negrura, a
veces intercalada con rayas grises. Me siento unida a mi televisor.
Echo de menos
un nuevo comunicado del rey.
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La idea de
comprar huevos fue mía, aunque le he dicho a Víctor que no, que fue suya, que
fue él, el que cogió dos cartones. Lo culpo de ello. Lo culpo por algo que no
hizo. Le he repetido hasta la saciedad que usó sus manos para agarrar dos
cartones de huevos. -
¿Para qué los
cogiste? ¿Si no tenemos luz? Esa pregunta se la he repetido hasta la saciedad.
Después de tanto tiempo, Víctor si cree que agarró los dos cartones de huevos.
Me ha pedido perdón.
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Llevo noches
sin dormir. Por primera vez desde hace días me miro en un espejo. Unas venas
azules sobresalen a través de la piel de debajo de mis ojos. El blanco ya no es
blanco; es color cáscara de huevo, como la pared de mi salón, como los huevos
putrefactos que siguen en la nevera. Que interesante me creía cuando mandé
pintar mi salón del color: "cáscara de huevo". Mis ojos tienen ese
color, y al igual que los huevos que siguen en el frigorífico, mis ojos
desprenden un olor a podrido. Voy a la
cocina. Abro la caja de galletas donde guardamos los medicamentos, y saco con cuidado la
tableta de ansiolíticos de Víctor; quedan tres pastillas. Saco una del paquete
y me la meto debajo de la lengua, las otras dos me las guardo en uno de mis
bolsillos. Como salido de entre los muertos Víctor aparece por el umbral y me
pregunta: -¿Qué haces?
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Con una copa
de vino nos sentamos el uno junto al otro en el sofá. Nos damos ánimos
mutuamente. Hemos llenado la despensa de latas. Nos cogemos de la mano y nos
miramos a los ojos.
-Nosotros
somos más fuertes- me dijo.
Recuerdo que
lo besé, y me sentí feliz.
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He dormido
durante casi todo el día. La pastilla me dejó cao. Soñé que la vecina de
enfrente se tiraba por la ventana. Ahora que lo pienso, hace días que no veo su
sombra. Ha sido un sueño tan real.
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Tenemos la
despensa llena de latas de judías. En la nevera hay huevos y en el cajón de mi
mesilla un bote de nocilla. Víctor tiene mala memoria, se le olvidan las cosas,
en unos días ya no recordará que cogimos el último tarro de la tienda. Debo de
racionármela.
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Le he pedido a
Víctor que me devuelva las dos pastillas tranquilizantes. Ni siquiera me ha
contestado. Estoy mirando a través del cristal. Mis ojos se posan en la casa de
la vecina de enfrente. Entonces ocurre algo terrible: veo caer algo, una figura
que sale de la ventana, me ha parecido una mujer, esa mujer tiene un cierto
parecido con mi vecina. Cierro los ojos antes de verla caer al suelo. Lo hago
instintivamente. En esos momentos escucho toser a Víctor. Está en el cuarto
donde solo hay un pequeño sofá. Ahora un carraspeo que sale de sus entrañas. Es desgarrador. Abro
la puerta de la habitación y lo veo tumbado con una manta por encima. Su estado
es deplorable. Me pide un vaso de agua.
Hago como si no lo hubiera oído. Cierro la puerta y vuelvo a la ventana. Miro
en la dirección de antes y bajo la vista para ver el cuerpo que había visto
caer. Ahí no hay nada. Ni siquiera veo la casa de enfrente, tampoco las tiendas
cerradas. Nada. Siento que estoy en medio de algo pero no sé que es. Miro
fijamente a un punto, y una volada de aire fino va sobrevolando, envolviendo a una hoja con un ligero
balanceo, como si la estuviera acunando. Me gustaría ser esa hoja.
Otra vez
escucho a Víctor toser. Vuelvo a la habitación donde se encuentra. Parece que
haya envejecido diez años en solo este rato. Me quito las zapatillas y me tumbo
junto a él. Intento preguntarle donde están los pañuelos, pero solo consigo
toser. Siento como si fuera a perder la consciencia de un momento a otro. No
quiero pensar y me acurruco junto a Víctor. La imagen de la hoja viene a mi
cabeza.
Últimamente no sé qué decir, cada uno es más extraño, más enrevesado y más y más interesante. 😮😮
ResponderEliminarQue bueno¡¡¡
ResponderEliminarBuena historia, te atrapa en la incertidumbre .
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