RELATO


VIRUS



Son las 5.00 horas de la mañana y no puedo dormir. Víctor se encuentra a mi lado. Sus párpados están en continuo movimiento. Sus descansos son gracias a los ansiolíticos, y a pesar de todo, su vigilia está llena de pesadillas. Hace dos días se levantó llorando a las 3.00 horas de la mañana, parecía un niño pequeño. Víctor no recuerda nada de aquello, o a lo mejor no quiere hacerlo.

***

Estamos en nuestro sofá, que a la vez es nuestra cocina, sala de estar y dormitorio. Oímos las noticias en la tele. Nos suenan lejanas, como si no nos incumbiesen. Nosotros no pertenecemos al mundo. Víctor y yo tenemos nuestro propio trozo de universo, y lo demás nos da igual. Hablan de un virus o algo parecido. Me río, porque el nombre que le han puesto me suena a trabalenguas. O a lo mejor, la risa es por  el efecto que el porro está haciendo en mí.

***

Nos ha tocado la lotería. Lo sabía. Víctor me insistía que al final  dejamos el bote de nocilla en la estantería de la tienda. Le respondí que no. Me llamó cabezota. Al fondo de uno de los cajones de mi mesilla, junto a mi ropa interior, estaba el tarro. Lo que no recuerdo es que está haciendo ahí.

***

No sé qué será de él cuando se le acaben los tranquilizantes. Son las 5.04 horas de la mañana. En situaciones normales me hubiera levantado, pero ahora, ¿para qué? Hasta que no amanezca no entrará un poco de luz. La hora del reloj parpadea. Tengo que acordarme de cambiar la pila. El tiempo real es lo único que me mantiene cuerda.

***

Recibo un mail desde recursos humanos de mi empresa: Se comunica que hasta nueva orden, todos los trabajadores desempeñaran su funciones desde sus casas...A continuación le facilitaremos su clave de acceso...Ahí siento una leve punzada; Víctor lleva dos noches  fuera de casa por trabajo.

***

A pesar de que la casa está en penumbra me levanto. Tengo que cambiar la pila antes de que decida dejar de funcionar. Me siento unida a esa pila. Yo soy esa pila. Me levanto y corro por el pasillo a oscuras. Manoseo los cajones. Abro el primero y lo revuelvo todo. Pienso que en cuanto vuelva a la habitación, la pila del reloj se habrá gastado, y con ella yo me hundiré en un mutismo. Abro el segundo cajón, y me pregunto dónde estarán las pilas. Rozo un trozo de cartón plastificado y lo siento como algo que me pertenece. Cojo el paquete de pilas y las sujeto con fuerza. Si las dejo caer al cajón, se irán a su fondo, y no me quedará más remedio que ir a por ellas.

***

El gobierno ha dado la voz de alarma; el virus ha mutado:" Se ordena que a partir de ahora no salgan de sus casas". "No es algo preventivo"."Es una orden". "Les iremos informando..." Todo esto lo están retransmitiendo por televisión desde la Casa Real. Me pregunto, si los cámaras y el periodista que se encuentran junto al rey, y a una corte de políticos en el palacio, se quedarán, o si por el contrario en cuanto apaguen las cámaras, los echaran a los perros por si estuvieran infectados; es lo que tiene viajar por todo el mundo, que si no tomas precauciones, a lo mejor también te contagias. El rey ha preferido hablar con su voz. Ha rechazado el micrófono del periodista. Claro, los virus están en todos los sitios.

***

Víctor lleva unos días mal en general. Ayer le dio un ataque de ansiedad. Le recuerdo que tiene que ir a su médico a por sus pastillas. La cita se la dan para ocho días después del aviso de alerta.

***


No dejo de pensar en el periodista y en los cámaras. ¿Seguirán en el Palacio? Claro que no, estarán en sus casas. Además, no se me escapó el estornudo del rey justo en el momento de acabar su comunicado, y como, con cierto disimulo el presidente echaba un paso hacia atrás.

***

Fuimos con mi coche. Después de que Víctor volviera a casa tras dos días fuera. El maletero de mi Seat es más grande. Tuve que inspirar fuerte cuando vi que ya no quedaban carros en el supermercado. Las estanterías se encontraban medio vacías. ¿Todo esto, donde lo he visto? En alguna película de zombies. La cajera con el pelo naranja hiperventilaba mientras iba pasando las latas de judías y los paquetes de huevos por la cinta.

***

Llevamos diez días sin luz. Menos mal que es primavera. Hace calor. El agua hay que racionarla. Víctor está raro, o a lo mejor la rara soy yo, solo sé, que en estos momentos no lo soporto.

***

Hoy Víctor me ha pedido que nos vayamos a vivir juntos. Hemos ido a ver un par de apartamentos que se encontraban en el centro. El irme a vivir con Víctor, hace que me sienta la mujer más feliz del mundo. ¿Puede ser la vida más bonita? Quiero a Víctor y me gustaría gritarlo a los cuatro vientos. Me da pena la gente que no puede ser feliz como lo soy yo ahora en estos momentos. Mucha pena.

***

En el paquete ponía: pilas alcalinas. ¡Y una mierda! Ya no tenemos reloj.

***

Enchufo y desenchufo más de cien veces el cable del televisor para ver si hay señal. Enciendo el portátil haciendo el mismo gesto. El ordenador hace días que dejó de intentar hacer conexión. La imagen del televisor lo cubre una negrura, a veces intercalada con rayas grises. Me siento unida a mi televisor.
Echo de menos un nuevo comunicado del rey.

***

La idea de comprar huevos fue mía, aunque le he dicho a Víctor que no, que fue suya, que fue él, el que cogió dos cartones. Lo culpo de ello. Lo culpo por algo que no hizo. Le he repetido hasta la saciedad que usó sus manos para agarrar dos cartones de huevos. -
¿Para qué los cogiste? ¿Si no tenemos luz? Esa pregunta se la he repetido hasta la saciedad. Después de tanto tiempo, Víctor si cree que agarró los dos cartones de huevos. Me ha pedido perdón.

***

Llevo noches sin dormir. Por primera vez desde hace días me miro en un espejo. Unas venas azules sobresalen a través de la piel de debajo de mis ojos. El blanco ya no es blanco; es color cáscara de huevo, como la pared de mi salón, como los huevos putrefactos que siguen en la nevera. Que interesante me creía cuando mandé pintar mi salón del color: "cáscara de huevo". Mis ojos tienen ese color, y al igual que los huevos que siguen en el frigorífico, mis ojos desprenden un olor a podrido.  Voy a la cocina. Abro la caja de galletas donde guardamos  los medicamentos, y saco con cuidado la tableta de ansiolíticos de Víctor; quedan tres pastillas. Saco una del paquete y me la meto debajo de la lengua, las otras dos me las guardo en uno de mis bolsillos. Como salido de entre los muertos Víctor aparece por el umbral y me pregunta: -¿Qué haces?

***

Con una copa de vino nos sentamos el uno junto al otro en el sofá. Nos damos ánimos mutuamente. Hemos llenado la despensa de latas. Nos cogemos de la mano y nos miramos a los ojos.
-Nosotros somos más fuertes- me dijo.
Recuerdo que lo besé, y me sentí feliz.

***

He dormido durante casi todo el día. La pastilla me dejó cao. Soñé que la vecina de enfrente se tiraba por la ventana. Ahora que lo pienso, hace días que no veo su sombra. Ha sido un sueño tan real.

***

Tenemos la despensa llena de latas de judías. En la nevera hay huevos y en el cajón de mi mesilla un bote de nocilla. Víctor tiene mala memoria, se le olvidan las cosas, en unos días ya no recordará que cogimos el último tarro de la tienda. Debo de racionármela.


***

Le he pedido a Víctor que me devuelva las dos pastillas tranquilizantes. Ni siquiera me ha contestado. Estoy mirando a través del cristal. Mis ojos se posan en la casa de la vecina de enfrente. Entonces ocurre algo terrible: veo caer algo, una figura que sale de la ventana, me ha parecido una mujer, esa mujer tiene un cierto parecido con mi vecina. Cierro los ojos antes de verla caer al suelo. Lo hago instintivamente. En esos momentos escucho toser a Víctor. Está en el cuarto donde solo hay un pequeño sofá. Ahora un carraspeo que  sale de sus entrañas. Es desgarrador. Abro la puerta de la habitación y lo veo tumbado con una manta por encima. Su estado es deplorable. Me  pide un vaso de agua. Hago como si no lo hubiera oído. Cierro la puerta y vuelvo a la ventana. Miro en la dirección de antes y bajo la vista para ver el cuerpo que había visto caer. Ahí no hay nada. Ni siquiera veo la casa de enfrente, tampoco las tiendas cerradas. Nada. Siento que estoy en medio de algo pero no sé que es. Miro fijamente a un punto, y una volada de aire fino va sobrevolando, envolviendo a una hoja con un ligero balanceo, como si la estuviera acunando. Me gustaría ser esa hoja.
Otra vez escucho a Víctor toser. Vuelvo a la habitación donde se encuentra. Parece que haya envejecido diez años en solo este rato. Me quito las zapatillas y me tumbo junto a él. Intento preguntarle donde están los pañuelos, pero solo consigo toser. Siento como si fuera a perder la consciencia de un momento a otro. No quiero pensar y me acurruco junto a Víctor. La imagen de la hoja viene a mi cabeza.




Comentarios

  1. Últimamente no sé qué decir, cada uno es más extraño, más enrevesado y más y más interesante. 😮😮

    ResponderEliminar
  2. Buena historia, te atrapa en la incertidumbre .

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

RELATO

El último habitante

Amantes.