Relato


La novia


Estoy en la suite de un hotel. Frente a mí, tengo dispuesto mi vestido de novia, lo toco y me quema. Todo lo que se encuentra a mi alrededor está lleno de lujo, un lujo que me daña los ojos. Cojo el vestido, y con sumo cuidado lo saco de su percha de nácar, lo huelo, y la opresión que siento me atraviesa las fosas nasales, sintiendo un agobio que hace llegar a mi cerebro y tenga que soltar el atuendo, dejándolo a mis pies como si de un trapo viejo se tratara.
Una mujer acaba de entrar por la puerta, ni siquiera me habla, coge el vestido y lo coloca encima de la cama. Con un gesto me dice que me desnude. Lo hago mientras miro las paredes que que poco a poco se van acercando más a mi, dejándome sin aliento, ni fuerza.
Meto la cabeza por el cuello del vestido y me pica; siento como si un nido de avispas revolotearan a mi alrededor. Intento respirar y dos avispas se posan debajo de mi nariz, no es una sensación, lo que siento es real. Unas gotas de sangre manchan el vestido impoluto, la mujer no lo ha visto. Las avispas forman una hilera y se marchan por la ventana.
Noto la mano fría de la mujer en mi espalda. Siento como sus uñas se clavan en mi piel. La cremallera del vestido va subiendo despacio, y me voy quedando poco a poco sin aire, hasta que entonces la cremallera queda atascada en un trozo de mi piel, entonces grito y mientras más chillo, las paredes de la suite se van haciendo más diminutas. Las mujer me ciñe el corsé, y hace que algo parecido a una lava de sangre, salga de mi boca; cuanto más me comprime, más líquido sale de mi abertura. Un charco inunda mis pies desnudos. La mujer oprime una vez más el vestido a mi cuerpo. Las paredes de la habitación van encogiéndose más rápido.
El espejo me muestra una imagen: una habitación de donde cuelga del techo una lámpara de diamantes iluminando todo lo que hay a mi alrededor; una alfombra Persa bajo mis pies, dos sillones de piel; uno a cada lado de la inmensa cama cubierta de una colcha que parece hecha de pepitas de oro, la puerta entreabierta del baño deja entrever el mármol blanco, pero lo que me llama la atención es el cuadro que preside la estancia y que tengo justo detrás de mi: una lámina exacta a el cuadro; El grito, y en primer plano yo; vestida de novia colgada de una soga del cuello.
La mujer que se encuentra junto a mí, abre la ventana. Un sol soberbio lo ilumina todo. La marcha nupcial ha empezado a tocar y sus palabras resuenan en mi cabeza:
- Ya es la hora.



Comentarios

  1. Aunque muchos se sienten así, con la soga al cuello, no lo hacen desde el comienzo. Como acabará?

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  2. Pobre mujer... sin valor para decir: no quiero casarmeeeeeee!!! Todos sabemos cómo acabará la historia... una más entre muchas...

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