Relato
Un
algodón de azúcar
El filo de mi bigote
fue el que me avisó. Dormitaba en la hierba cuando esta es todavía
larga, frondosa y espesa; como cuando me tumbo en su cama y con mis
patas me acomodo en el colchón dejando el hueco justo que forma mi
cuerpo; en ese momento cuando el agua del rocío envuelve la hierba y
te atrapa con su olor a menta despertándote los cinco sentidos.
Lo miré de reojo y
lo cacé. Me recordó a cuando ella jugaba conmigo con un cordel y en
el extremo iba atada una bola de lana esponjosa; como si fuera un
algodón de azúcar. Ese algodón dulce que compartía con él; ahora
ya no hay algodones de azúcar. Tampoco está él. Ví en ese gorrión
al algodón de aquellos momentos especiales y por instinto lo agarré
con mis colmillos.
Saqué mis uñas;
afiladas como garfios. Me había convertido en un pirata. Quería que
supiera quien establecía las reglas. Además, yo solo quería jugar.
Divertirme como cuando lo hacía con ese cordel que ella insistía en
colocarme encima de mi hocico haciéndome cosquillas. Lo volteé con
una pata. Media docena de plumas suaves que me recordaron a un
algodón de azúcar sobrevolaron mi hocico. Me miró aterrado.
Lo olisqueé sin
prisa. La metamorfosis a perecer fue inmediata. Le di con una pata.
Estaba muerto; duro y gris como un trozo de pizarra. Lo agarré con
mis colmillos afilados y entré por la gatera. Quería darle una
sorpresa. Se lo dejé a sus pies. A ella. A la única que permitía
que me cepillara el pelo cada mañana y me lo dejara esponjoso como
un algodón de azúcar...
Lo rechazó con
dureza. Me miró y negó con la cabeza. Antes ella no era así, al
contrario, siempre me felicitaba por los regalos que le ponía a sus
pies.
Mientras volvía
apesadumbrado a tumbarme y a soñar con mi cordel, el filo de mi otro
bigote volvió a avisarme de nuevo; había echado el vuelo, y lo peor
de todo, ella abrió la ventana dejándolo salir, igual que hizo con
aquella bola de lana cuando se soltó del cordel y yo quise ir tras
ella.
Miro por la ventana
y la imagen del pájaro se funde con el de un algodón de azúcar.
Mis ojos ya no diferencian nada.
Ohh...
ResponderEliminarEllos, aunque todo cambie, siempre están contigo. No puedes dejarlos de lado porque lo demás cambie, porque ellos siempre están ahí.
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