RELATO


UN FALLO ELÉCTRICO II


Noté unos brazos que me zarandeaban el hombro bruscamente. La cabeza me daba vueltas. Comprendí que me había quedado dormido en el ascensor. Mi boca la sentía seca y pastosa. Levanté el brazo derecho para incorporarme y un olor proveniente de mi axila, hizo que me sintiera pudoroso; con respecto al hombre que se encontraba en frente de mi.Yo solo quería saber una cosa: La hora.
Los astros estaban de mi parte; solo faltaban cinco minutos para cumplir con lo previsto. Faltaba ya muy poco para terminar con el malestar que llevaba a cuestas.
Me encontraba en el patio dispuesto a entrar en casa. El manojo de llaves en una mano, y la otra ya preparada para darle al mando de la tele, sin dejar de pensar en la cerveza que me iba a tomar, cuando mi cara se tornó perpleja. La puerta, se encontraba entreabierta. Entré con cierto sigilo, temeroso. El piso estaba en penumbra; Solo una pequeña lámpara de pie, junto al sillón rojo, que recordaba azul, y un libro apoyado en su brazo que decía:"El arte de domesticar loros salvajes". Me hizo gracia el libro. Aunque luego pensé:-¿Desde cuando a mi mujer le interesaban los loros?
Empecé a sentirme, raro y torpe. Lo achaqué al tiempo encerrado en el ascensor. Me senté en el sillón que mis ojos veían del color del fuego, pero mi mente lo recordaba de otro. Además este era mas blando. Lo toqué, me levanté y miré por debajo de él, por si mi mujer le hubiera colocado una funda, y yo no me hubiera dado cuenta. Fue en vano. A lo mejor el sillón era rojo y yo estaba equivocado. Di un bote; en efecto, este sofá era más blando. Al final decidí achacarlo al tiempo sentado en aquel suelo frío y duro. Cualquier silla, sillón, cama...me parecería ahora como estar sentado entre algodones.
Un olor a comida al que no estaba acostumbrado, pero que hicieron que mis papilas gustativas se abrieran como una flor, me llevaron como un autómata hacia la cocina. La luz de la lámpara del salón fue suficiente para ver el manjar que estaba dispuesto en la mesa: Una bandeja que cubría en su totalidad el tablero. Ahí había comida japonesa para los dos de sobra. Mis ojos ya se habían acostumbrado a la escasa luz y pudieron leer sin problema, la pequeña cartulina anudada, con un pequeño lazo rojo de purpurina, junto a semejante exquisitez:-Restaurante japones Bokoto;comida a domicilio-.
No me lo podía creer, yo imaginando que mi mujer me era infiel, y lo que ocurría era que la pobre había aparcado mal, por las prisas para prepararlo todo. Abrí la nevera, y cual fue mi sorpresa: Vino rioja, cervezas de la zona, de exportación...-¿Acaso era nuestro aniversario y no me acordaba? No, no. ¿Entonces?
Con la luz de la nevera aun abierta, mi cabeza casi instintivamente se giró; Ahí junto a la ventana, erguidamente colocado: Un palo de más de un metro y medio, y apoyado en la parte de arriba, un loro enorme. Di un salto hacia atrás. No me lo podía creer; Un ejemplar de color verde y rojo me miraba a los ojos. Me pareció una estatua debido, a su grandeza, su silencio tétrico, y además estaba quieto, muy quieto. Con esos ojos: rojos y grandes, redondos y brillantes, que me miraban sin ni siquiera pestañear. Empezó a sobrevolar encima de mi cabeza. Luego volvió a posarse de nuevo en aquel palo enorme, y bufó, con un tono que me hizo estremecer: -Dogo, soy Dogo.
Esa voz me sonó trémula, y yo solo pensé en salir de ahí.
El bicho se posó en frente mío, me miraba a los ojos como queriéndome decir algo, no se que tenía ese animal, que por un lado me horrorizaba y por otro me fascinaba. Entonces me picó en un dedo. Mi mano se encontraba apoyada en la encimera y un chorro de sangre brillante empezó a manar con fuerza, fue cuando me acordé del sillón: Era del mismo color que mi sangre. Miré consternado mi dedo, me hizo un agujero profundo en el dedo corazón. Cogí una servilleta de papel donde figuraba el emblema:"Restaurante japones Bokoto; comida a domicilio". -Puto restaurante y maldito loro-.
Enseguida la servilleta se empapó de mi sangre que no dejaba de brotar. Usé todas los pañuelos, dejando su emblema llenos de sangre. Un pequeño tendedor junto a la mesa abarrotado de ropa interior, se mostraba ante mí. Cogí un sujetador, y enseguida su color blanco empezó a teñirse sin piedad. Lo cogí de la copa y me resultó más grande de lo habitual. Cogí otro, este de color negro, de encaje. -No recordaba haberle visto esta prenda puesta-.
El loro se colocó encima de mi cabeza. Lo golpeé con la mano sana, cuando vi que tenía la intención de volver a atacarme.
Agarré la botella de sake que se encontraba junto a la comida, que en esos momentos ya no me resultaba nada apetecible, y la blandí al aire, haciendo que chocara contra el aparato de la luz, y una lluvia de cristales cayeran sobre el loro. Sus chillidos sonaban estrepitosos, haciendo que se metieran en mis tímpanos. Cientos de pequeños cristales quedaron adheridos a sus plumas y a su piel. Sus alas se movían completamente descoordinadas por toda la cocina, haciendo que en un vuelo chocara contra la puerta de la nevera y esta se cerrara de golpe.
Una foto que no recordaba colgaba de una pinza en la puerta del frigorífico. La agarré con cierto remilgo, como si por tocarla me fuera a dar una garrampa o algo parecido. Cuatro personas posaban al lado de un río, uno de ellos llevaba una caña y al final del hilo, un pez; Gordo, hinchado, con ojos redondos y excesivamente abultados.Tiré la foto que cayó al lado de la cabeza del animal.
Empecé a marearme, me senté en el suelo al lado del bicho medio desplumado, que me observaba con mirada suplicante.
Salí al rellano y miré la puerta; piso 2A. Respiré profundamente, como nunca lo había hecho. Ni siquiera inspiré así, el día que le pedí matrimonio a mi esposa.
Dudé si subir los tres pisos a mi casa andando o en ascensor. Opté por la primera opción.
La sangre empezaba a remitir.
Solo cuando pensé en cual podría ser el resultado, y en la posibilidad de prórroga, aligeré el paso subiendo las escaleras de dos en dos.

Comentarios

  1. Esme, este Dogo, es un poco cabroncete. Siempre anda picando, aunque esta no sé si habrá salido vivo.

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