RELATO


Había una vez...un cocodrilo


Algo hay que hacer, sonó a exigencia impuesta, ni siquiera a una leve sugerencia.
Así comenzó todo, un domingo a mediados  de agosto por la tarde, donde el asfalto se mezclaba con las suelas baratas de mis zapatos, donde los kilos de más, debido a los excesos culinarios del grasiento buffet libre del hotel días atrás, eran la causa de mi sopor continuo, pero que gracias al aire acondicionado, y a la cerveza helada, esta morsa en la que me había convertido en apenas unas semanas, se sentía a gusto en su sillón.
-El niño, cariño, está muy pesado, no quiere dormir la siesta, vamos al acuario, y así se distrae.
Balbuceé, intenté argumentar algo, pero las palabras no salían de mi boca, mi mujer se mostró ante mi con los brazos en jarras, ya se había cambiado de ropa, y ambos mostraban una impaciencia difícil de disuadir.
No tenía alternativa, absolutamente ninguna, por un momento barajé la idea de decirle que se fuera  ella con el niño, y poder quedarme la tarde del domingo solo en casa, fue un momento, en que ese pensamiento fugaz voló por mi cabeza.
No hizo falta abrir la boca, los ojos inquisidores de mi mujer, ya me habían leído el pensamiento.
Nunca olvidaré la entrada al acuario, entré en el pasaje del terror, aunque todavía no era consciente de ello.
Éramos prácticamante los únicos visitantes, nos adentramos por los pasillos húmedos y  angostos rodeados de agua, tan solo nos protegía el cristal que lo rodeaba todo, sentí una mezcla de claustrofobia y fascinación.
Me impactó cuando lo vi a través de la vitrina en medio de aquel lago, quieto como una estatua y completamente rodeado de pececillos.
Era un cocodrilo, un cocodrilo del Nilo.
Me agaché, quería ponerme a su altura, me resultó curioso como se iba moviendo en mi misma dirección, como si ambos tuviéramos la misma curiosidad el uno con el otro.
Se giró un poco más , nos quedamos mirándonos ambos fijamente a los ojos.
Mi mujer y mi hijo insistían en continuar el recorrido, dejé al majestuoso reptil sin poder quitármelo de la cabeza, no podía dejar de pensar en él, sabía con total certeza, que me seguía con la mirada, hasta que no crucé el siguiente umbral, no respiré hondo.
Les dije que volvía enseguida, que se tomaran algo a la salida de la visita, que le comprara algún juguete al niño, y dejando a mi mujer con la palabra en la boca, desande el camino hasta volver a él.
Esta vez no hizo falta agacharme para verlo mejor, levantó la cabeza por encima del agua, me mostré enfrente de él, y noté como los iris de sus ojos crecían de una manera desmesurada tornándose brillantes como el fuego.
Era hipnótico mirarlo, me resultó abrumador, mi cuerpo se encontraba completamente pegado a la vitrina, y los ojos del cocodrilo posaban encima del agua,observándome insistentemente.
Entonces noté una sacudida, un chorro de agua de manera violenta, cayó encima mía, el cocodrilo se revolvió de tal manera que medio cuerpo suyo, se quedó fuera de aquel río de mentira.
No empecé a sentir un dolor tortuoso, hasta que no vi el suelo completamente salpicado de sangre, y mi brazo todavía convulsionando dentro de su boca.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

RELATO

Amantes.

El último habitante