El último habitante
Con los pies aún desnudos, se apoyó en el frío suelo de terrazo desgastado. Su mano agarró la bata que colgaba encima de la mecedora y, con cierta dificultad, se la echó por encima de sus huesudos hombros. Pensó que quizás iría más cómoda con ella puesta, pero aquella mañana se levantó con un dolor añadido a sus habituales molestias de espalda y huesos. Arrastrando los pies, llegó hasta el cuarto de baño. La luz amarillenta parpadeaba. Le dio igual, total, aquella mañana sería la última en que aquel espejo reflejara su imagen. Tenía prácticamente todo preparado para marcharse. Una luz tenue entraba tímidamente por la ventana del baño. Aún quedaban algunas horas para que su hijo fuera a buscarla e irse a vivir con él. Unas horas para ella sola en aquella casa. Un tiempo para despedirse de sus rincones y fantasmas. Peinó su pelo canoso y unos finos mechones quedaron atrapados en su cepillo. Suspiró con resignación. Acercó su cara al espejo; un rostro inundado de arrugas, solo en su mir
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