AMOR ETERNO Se levantó de la siesta empapada en sudor, el calendario marcaba cuatro de julio, y las temperaturas reflejaban un record histórico. No tuvo fuerza para abrir una botella de agua mineral, y se la dispuso directamente del grifo. Mientras bebía el agua que le supo caliente, algo resbaló de entre sus piernas, pensó que era muy pronto para empezar a mearse encima, pero dado su estado no lo descartó. Fue a por el cubo, se percató que de la habitación a la cocina había pequeños charcos, se movió de nuevo, y otro pequeño reguero apareció de nuevo, parecía una perra marcando territorio. Se agachó como pudo, y ya de rodillas olió ese líquido transparente, que le confirmó que había roto aguas dos semanas antes de lo previsto. A partir de entonces, una nebulosa se formó en su cabeza y como si del cuento de Lewis Carroll se tratara, y ella fuera Alicia en el país de las maravillas, fue encaminándose poco a poco en una una travesía soberbia llena de luz y de sombras.
Hubiera reconocido aquella mirada triste de ojos caídos entre un millón. Habían pasado más de veinte años años y ahí, frente a la Plaza Del Pilar, volví a encontrarme con aquellos ojos del color del mar. —Que aproveche y feliz día de San Valero—dijo. Me quedé embobado. Aún quedaban resquicios de antaño: su cara, todavía de aspecto aniñado; su pelo a la altura de aquel cuello que tantas veces había mordido, del color de la plata vieja. Un murmullo ronco a mi espalda denotaba una prisa malhumorada para que aligerara el paso. —Gracias por el roscón, Pilar—respondí deseando con todas mis fuerzas que reconociera mis ojos. Me largué de ahí con el dulce en una mano y mi corazón del revés. —¡Espera Marcos! La vi caminado hacia mi entre la niebla espesa y, cuando estaba a menos de un palmo, me agarró de una mano y me abrazo. Hundí mi nariz entre su bufanda y aspiré su olor. Nos miramos a los ojos, aún cogidos de la mano. —Me alegro mucho de verte, Marcos, ¿qué es de tu vida? —Ya ves,
Con los pies aún desnudos, se apoyó en el frío suelo de terrazo desgastado. Su mano agarró la bata que colgaba encima de la mecedora y, con cierta dificultad, se la echó por encima de sus huesudos hombros. Pensó que quizás iría más cómoda con ella puesta, pero aquella mañana se levantó con un dolor añadido a sus habituales molestias de espalda y huesos. Arrastrando los pies, llegó hasta el cuarto de baño. La luz amarillenta parpadeaba. Le dio igual, total, aquella mañana sería la última en que aquel espejo reflejara su imagen. Tenía prácticamente todo preparado para marcharse. Una luz tenue entraba tímidamente por la ventana del baño. Aún quedaban algunas horas para que su hijo fuera a buscarla e irse a vivir con él. Unas horas para ella sola en aquella casa. Un tiempo para despedirse de sus rincones y fantasmas. Peinó su pelo canoso y unos finos mechones quedaron atrapados en su cepillo. Suspiró con resignación. Acercó su cara al espejo; un rostro inundado de arrugas, solo en su mir
Así es... la vida viene como viene...
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