Me llamo Leticia Soler y hace tiempo dejé de contar los días que pasan. En mi piso ruinoso, la vida se mide en colillas apagadas y latas de cerveza vacías. Cuando la ciudad duerme, yo leo; cuando despierta, yo fumo y bebo. No espero redención, solo un final digno, aunque sea oscuro. Esa noche al volver de El Tubo con los labios resecos de tanto fumar y beber, encontré el libro en mi buzón. No tenía portada, solo un título gastado en letras doradas: Los crímenes de Zaragoza. Lo abrí al azar mientras el eco de mis tacones resonaba en el suelo de madera enmohecida. Las palabras me dejaron boquiabierta: una mujer asesinada en el Puente de Piedra, su cuerpo colgado de las barandilas, balanceándose como una muñeca al ritmo del cierzo. Cerré el libro y me encendí un cigarro. Era ficción, me dije, aunque las descripciones me pusieron los pelos de punta. A la mañana siguiente, la noticia me golpeó como un puñetazo: habían encontrado a una mujer en el Puente de Piedra, colgada. Intenté ign...
Era una mañana de niebla en Zaragoza cuando Sara subió al bus urbano número 39. El conductor, un hombre de aspecto cansado, la miró con una leve sonrisa antes de cerrar las puertas. El vehículo, lleno de rostros familiares del barrio, enfiló la avenida de Cataluña. Las calles se tornaban borrosas y los edificios perdían sus contornos, como si la niebla quisiera ocultar secretos. Sara, se percató que un anciano, sentado al fondo, la observaba fijamente. Su mirada era intensa y profunda, como si conociera algo que ella ignoraba. Un joven de apenas 15 años se cruzó con su patinete por delante del autobús. El conductor soltó un improperio al ver que además de cruzarse el joven, éste se despedía de él levantando su dedo corazón. Murmurando, el chofer continuo su ruta. En la siguiente parada se bajaron bastantes personas, quedando Sara muy a la vista del anciano. El urbano, salió de la parada situada en Balcón de San Lázaro y paró en el semáforo. El anciano se levantó y se a...
Empecé este libro en una libreta bonita. No por ritual ni por nostalgia: porque me apetecía escribir a mano. La segunda libreta fue un puñado de folios grapados. La tercera exactamente igual porque era lo que tenía más a mano. Y porque el libro pedía salir, aunque fuera a trompicones. El libro está maquetado. No publicado, pero maquetado. Lo que no está maquetado es mi paciencia. Hice más de cien portadas. Algunas me gustaban. Al día siguiente, no. Pedí pruebas a Amazon: unas pixeladas, otras con las letras cortadas, otras que parecían perfectas hasta que las vi impresas. No hay drama. Solo repetición. Prueba, error, prueba, error. Y vuelta a empezar. En un momento de lucidez (o de delirio), pedí otra prueba sin saltos de página. Para ahorrar papel. Porque lo había visto en autores que parecían saber lo que hacían. Resultado: un bloque de texto que parecía una receta de arroz con leche sin espacios. No me gusta un libro sin saltos. Me pone nerviosa. Me parece que respira mal. Y c...
Así es... la vida viene como viene...
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