Relato
MI HEROÍNA
La primera vez que percibí, que algo malo le ocurría, fue un sábado por la mañana.
La primera vez que percibí, que algo malo le ocurría, fue un sábado por la mañana.
Me
pidió que la acompañara a hacer la compra, sin dudarlo accedí, íbamos muchos
sábados juntos, y hacíamos la cesta semanal, pasábamos un buen rato, nos
sentíamos relajados después de toda la semana, pero ese día fue distinto, y a
partir de ahí, nada volvió a ser igual.
Cuando
ya teníamos todos los productos metidos en las bolsas correspondientes, la
cajera nos dijo el importe, mi madre abrió su cartera, se quedó mirando su
fondo sin apenas reaccionar, ella le volvió a repetir el coste, pero esta vez
su tono sonó agrio y áspero, que además, fue acompañado junto al carraspeo, que sonaba a prisa del señor
que llevábamos detrás.
Mi
madre me miró a los ojos pidiendo auxilio, agarré su monedero, y cogí un
billete de cien euros, que la cajera cogió prácticamente al vuelo, me devolvió
las vueltas sin apenas mirarme.
Volvimos
a casa en silencio, a la llegada, todo transcurrió con fingida normalidad, casi
me olvidé del incidente de la compra, hasta que un día, al volver del
instituto, noté un olor extraño, antes de ni siquiera abrir la puerta de casa.
Abrí
con mi llave, un olor a quemado, hizo que me tapara la nariz con la mano, corrí
hacia la cocina, de una de las ollas, salía fuego, cogí un trapo, y con el
empecé a sacudir directamente a la llama, cuando remitió, salí al salón, pero
mi madre no estaba, fui a su cuarto, la vi encima de la colcha vestida de
calle, al oírme se despertó, y se desperezó sonriéndome, le grité, le dije que
qué hacía durmiendo, que casi se pega fuego la casa por su culpa, se levantó
rápidamente y fue hacia la cocina, entonces empezó a llorar, me pidió perdón,
me dijo que se le había olvidado, que había dejado las lentejas al fuego, pero
que se encontraba mal, y que se había
echado a descansar un rato, que la perdonara, por supuesto que lo hice.
Desde
aquel grave incidente, comencé a observarla más detenidamente, empezó a olvidarse
las llaves de casa, y raro era el día, que no apareciese por mi instituto, para
que le prestara las mías.
Un
día llegué a mi morada, y mi madre no estaba, no le di importancia, pero
pasaron las horas, y seguía sin aparecer, la llamé al móvil un ciento de veces
sin obtener respuesta alguna, ya al caer la tarde, cogí mi abrigo, y salí en su
busca, recorrí todo el barrio con el móvil en la mano, hasta que me pareció
verla al fondo de una de las calles, entonces reduje el paso, ahí estaba mi
madre, quieta, como si no supiera qué camino tomar, además iba sin abrigo, la
vi tan desamparada y vulnerable, que corrí hacia ella, y sin decirle ni media
palabra, le puse mi cazadora por encima, la cogí de la mano con suavidad, y me
la llevé a casa.
A
mi madre le diagnosticaron alzheimer de grado leve, que con total seguridad,
iría avanzando de estadios a corto plazo.
Le
pusieron en el cuello una medalla, como decía ella, era la medalla que la
socorrería en caso de que no supiera volver a casa, solo tendría que tocarla, y
automáticamente se activaría e irían a por ella, por medio de un localizador,
que también estaba instalado.
Yo
pregunté que qué pasaría, si mi madre no tocaba la medalla, un médico que no
había abierto la boca en todo el tiempo, me contestó fríamente, y me dijo que
siempre la tocan.
No
me parecía suficiente aquello, no quería que mi madre se volviese a perder, y
decidí, que todo el tiempo libre que tuviera lo pasaría con ella.
A
mi madre le encantaba leer, pero ahora no lo hacía, la última vez que cogió un
libro, no pudo pasar de la primera página, la oí llorar desde mi habitación,
fui a ver que le ocurría, y su respuesta fue:
-No
me acuerdo de nada, leo y no recuerdo nada.
A
partir de ahí, empecé a leerle pequeños cuentos, había veces que los recordaba,
pero otras no, también le enseñé a hacer sumas y restas sencillas, jugábamos a
que yo era el vendedor y ella la clienta, hicimos dinero de mentira.
-Son
trece euros con cuarenta y siete.
-Toma.
-Mamá,
esto son cinco euros, y la compra son trece euros con cuarenta y siete.
-Toma
entonces
-¿No
tienes nada más pequeño? me has dado cien euros.
-Venga
hijo no seas tiquismiquis.
Entonces
se reía, siempre le había hecho gracia esa palabra, yo también me reía, porque
quería que mi madre me viera contento, pero era solo fachada, por dentro estaba
roto de dolor.
Un
día la vino a buscar mi tía, y se marcharon a merendar, entré en la habitación
de mi madre a coger una toalla limpia, abrí el armario, no me podía creer lo
que vi, estaba todo lleno de notas, de fotografías, en una de ellas se leía con
su particular caligrafía: " 3 de mayo cumpleaños de Manuel", "
Lucia en cuanto leas esta nota corre a mirar el calendario" ," Manuel
es tu hijo" ," Lucía tienes un hijo" ," 123.... dígitos de
la tarjeta de crédito" ,"en el primer cajón de la cómoda están los
papeles para el funeral.....", "Manuel es lo que más quieres en tu
vida", " besa al chico que vive contigo, es tu hijo"...
Estaba
repleto de mensajes, de recordatorios, de fotografías mías, también de mi
madre, de los dos juntos, también había entradas de cine, estaba atestado, me
quedé perplejo, no salí de aquella habitación en toda la tarde, ahí olía a mi
madre, y lo de ese armario lo hacía por mí, porque no quería olvidarme.
Uff ...que duro ...que recuerdos mas duros me vienen a la cabeza....genial descripción.
ResponderEliminarQue bonito y que triste,..para un hijo ver como decae su madre.
ResponderEliminarOjalá no fuera así, pero es tan real. Es el proceso contrario a nacer, cada día aprendes cosas nuevas, aquí vas olvidando todo lo aprendido.
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