Relato


La vajilla


Se levantó como todas las mañanas muy temprano, puso la cafetera en el fuego, preparada la noche anterior, llenó un cazo de leche fría, y lo apartó a la espera de colocarlo cuando hubiese acabado de hacerse el café.
Ese día, les tocaba de nuevo de almuerzo para el recreo, un par de galletas a cada uno junto con un filete de mortadela.
Colocó la comida en ambos tapers, y cuando los cerró, se echó a llorar a la vez que el silbido del café perfumaba la estancia.
-¿Qué te pasa mamá? preguntaron al unísono los dos niños.
No los había oído llegar, los miró con una ternura infinita y los abrazó.
-Nada hijos, no me pasa nada.
-¿Pero si estabas llorando?
Los volvió a mirar, y al verlos tan pequeños, tan inocentes y vulnerables, volvió a sollozar, esta vez más fuerte, tan fuerte, que cuando dejó de hacerlo, por primera vez desde que su marido  no estaba, los niños dejaron todos sus juguetes recogidos de su habitación, cuando ella lo vio, se echó a reír y se dijo a si misma:" ahora que nos echan les dejáis el cuarto limpio".
Dejó a los niños en el colegio, ese día se ahorró el entrar a la tienda a por el pan, les dijo a sus hijos, que hoy les iría a buscar la abuela, que vivía en un bajo dos calles más allá, aún no sabía cómo se las iban a arreglar, ese bajo, era como la mitad de su casa, su casa, que ironía, ya no era su casa, era del puto banco.
Que poco se acuerda, el director de la caja, cuando su marido aún vivía y tenía una nómina digna, era tan digna la nómina de su marido, que hasta una vajilla les regalaron, luego su marido murió en un accidente, se quedó sola con sus dos hijos, y la pequeña indemnización que recibió, por mucho que la intentó estirar como un chicle, ese chicle ya se rompió hace tiempo.
Abrió la puerta de su casa, se encerró con llave, y puso una silla detrás de la puerta, sabía que aquello no le iba a servir para nada, había visto muchos desahucios por televisión, gente que incluso amenazaba con tirarse por la ventana, sabía que al final la echarían, pero no se lo iba a poner tan fácil a esos hijos de puta.
Se sentó en una silla junto a la ventana, y se dispuso a esperarles.
Estuvo tres horas sin moverse de la silla, a su lado tenía la notificación del juzgado por desahucio, cogió el papel, lo miró, y escupió en él, se preguntó quién sería la persona encargada de hacer esas notificaciones.
¿Sería un hombre, o una mujer?, una persona con una oposición recién aprobada? o alguien que quizás, llevara muchos años haciendo ese trabajo, y lo hacía sin ni siquiera preguntarse, quien sería esa familia que se iba a quedar en la calle.
En medio de esa ensoñación, llamaron al timbre de la puerta.
-Qué educados sois, se dijo a sí misma.
Ella no se movió, el siguiente timbrazo fue más fuerte, dijo que no se movería de la silla, y no lo hizo.
Lo siguiente que se oyó fue una voz, en tono grave alzada por un altavoz, la llamaron por nombre y apellidos, ella siguió en su sitio, y de repente se oyó un fuerte portazo, ya habían entrado.
La imagen era bastante desoladora, entraron cinco policías armados de pistolas y porras, ella estaba junto a la ventana sentada en la silla, los miró uno a uno y se levantó.
Abrió una puerta del armario donde se encontraban, y empezó a sacar pieza por pieza la vajilla que le regaló el banco cuando su marido tenía una nómina digna, fue estrellando, primero la cazuela, luego la sopera hasta terminar con todas las piezas estrelladas junto a los pies de aquellos policías que la miraban atónitos.
-Para un momento especial- me dijo el director del banco.
-Tomad la vajilla, toda para vosotros.
El policía más joven, tiró la porra al suelo, no pudo evitar acordarse, que su madre tenía la misma vajilla en la vitrina del salón, una lágrima brotó disimuladamente recorriendo la mejilla del guardia.



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