Relato


La comida


Le pedí a mi marido como media docena de veces, que quitara las malas hierbas del jardín, según él, la única mala hierba era yo.
También le dije, que arreglara una puerta del mueble de la cocina, de  mala gana, se puso a arreglarla, pero al poco rato ya estaba peor que antes.
Según mi marido, la puerta estaba perfecta, pensé que lo mejor sería arreglarla yo, ya que había arreglado varias puertas en diferentes cocinas de mis amigas.
En dos días, iba a celebrar una comida en mi casa a las feligresas del pueblo, era una comida muy importante, donde hablábamos de ciertos valores, que nos incumbían a todas.
La casa para ese día, debía de estar impecable, cada seis meses nos reuníamos en casa de cada una de nosotras, y siempre había que mejorar la velada anterior, tanto en la comida, como en la presencia del hogar, y sobre todo en ampliar nuestros conocimientos.
En dos días no me daba tiempo a preparar todo eso, las malas hierbas se estaban apoderando de los rosales, tenía que limpiar a conciencia, y lo peor de todo, bajar al pueblo, a comprar la comida para todas nosotras.
Todo no podía ser, entonces decidí ahorrarme bajar al condado, casi todo poblado por mujeres a comprar comida.
Haría lo siguiente, limpiaría el jardín a conciencia, arreglaría la puerta del mueble de la cocina, dejaría la casa completamente impoluta, y por último, mataría a mi marido, esa sería nuestra comida, ya que al pueblo no me daba tiempo a bajar.
Me asomé discretamente por el umbral de la puerta, no era mucho más grande que yo, estaba distraído leyendo el periódico, me miró sin mirarme y siguió con su lectura, llevaba la plancha en la mano, y sin pensármelo dos veces, le atesté un golpe en la nuca hasta dejarlo seco.
Le puse el dedo debajo de la nariz para ver si respiraba, pero ya no lo hacía, me fijé en sus ojos abiertos mirando al infinito, me acerqué tanto a mirarlos, que casi nos rozábamos las pestañas, entonces le dio un espamo y le pegué una bofetada.
Quise valorar, que zonas de su cuerpo serían las más sabrosas, lo mejor de todo sería desnudarlo y ver el contenido.
Puse un plástico gigante en el suelo, cogí a mi marido de los brazos, y lo arrastré hasta ahí sin ningún problema.
Le fui quitando la ropa, primero las zapatillas, a continuación los calcetines, los pantalones, la camisa, camiseta interior y por último los calzoncillos.
No pude evitar soltar una carcajada al ver su miembro, aunque pensándolo bien, a lo mejor si lo echaba en el caldo le daría un sabor diferente.
Es curioso que tuviese que ver a mi marido desnudo de aquella manera, hacía tanto tiempo que no lo veía así, que casi no lo reconocí.
Su tripa estaba hinchada y blanda, las piernas eran como dos patas de gallina, realmente de ahí poco se podía sacar, su trasero caído y blando me dejó completamente consternada, los brazos estaban bien, eran fuertes en comparación con el resto del cuerpo, toqué un brazo y lo sentí frío, aparté la mano rápidamente de ahí para ponerme manos a la obra.
A media noche ya estaba todo preparado, el jardín carecía de malas hierbas, el armario de la puerta de la cocina estaba arreglado, y la bandeja del horno, estaba cubierta de una carne perfectamente troceada y condimentada, cubierta de unas exquisitas patatas.
Llegaron puntuales, nos besamos en la mejilla sin apenas rozarnos, ahí estábamos las doce feligresas disfrutando de una agradable velada, la carne estaba en su punto, todas me felicitaron y alabaron la presencia de la mesa, no faltaba ningún detalle, y yo agradecí intensamente sus comentarios.
Hablamos de diferentes temas, pero sobre todo de los proyectos que teníamos pendientes de la iglesia, por ejemplo, una comida para recaudar dinero para los pobres.
Estábamos inmersas en poner un día para esa comida, hasta que una de ellas dijo:
- Las malas hierbas del jardín, se están comiendo mis rosales.
Entonces todas callaron, y los ojos de todas ellas se giraron a mirarme, a lo que contesté:
-No te preocupes, mañana voy a quitarte esas malas hierbas, y después te doy la receta de mi guiso, ¿qué te parece?
La contestación fue una carcajada estrambótica y atronadora de ella, acompañada del resto de las feligresas.




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