RELATO
LA
VECINA
Cuando
la vi por primera vez, era un domingo cualquiera, justo antes de que
empezara a tornarse la negrura en mi cabeza, y empezara a pensar en
el lunes gris que se me avecinaba.
Me
asomé a la ventana a fumarme un cigarro, ahí la vi.
Me
pareció una diosa en medio del tedio, estaba medio desnuda, encima
de una toalla, cubierta de una crema brillante, que hizo que
entrecerrara los ojos por ver a semejante mujer.
Me
escondí, no quería que ella me descubriera, y si lo que yo quería
era seguir observándola, debía de ser cauteloso.
Me
coloqué en el umbral de la ventana, detrás de la cortina, el
cigarro lo apagué, no quería que ella notara ningún indicio de ser
contemplada.
Vestía
un pantalón corto, e iba en sujetador de un color llamativo, al
igual que las uñas de sus manos y de sus pies, que quedaban
reflejadas a causa de los rayos de sol de aquella tarde.
De
cuerpo redondeado, cintura estrecha, y voluminosas caderas, al igual
que sus pechos, que se mantenían erguidos, incluso demasiado,
entonces pensé en querer tocarlos, y un bulto creció de entre mis
piernas.
Cerré
la ventana de golpe, con temor a que el impacto, hubiera llegado a
sus oídos, mi mente y mi cuerpo no iban acordes, tuve que colocarme
un trozo de cortina con cierto disimulo, para que mi mujer que
acababa de llegar, no percibiera el abultamiento sospechoso que había
entre mis zancas.
Una
gota de sudor perló mi frente, al imaginarme las preguntas de mi
esposa, teniendo las respuestas un poco más abajo.
El
lunes pasó nefasto por mi existencia, solo cuando miré de soslayo a
través de la ventana, y la vi, me olvidé de todo, entonces recé
pidiendo días soleados, para que cada día, cuando el sol todavía
calienta, ella estuviera ahí, alegrándome la vista.
Estaba
de espaldas, si el día anterior me impactó, la retaguardia de su
cuerpo me dejó boquiabierto, las curvas perfectas estaban ante mis
ojos, y solo me quedaba una opción, mirarla, mirarla hasta que el
sol desapareciese, o hasta que mi mujer entrara por la puerta como un
caballo desbocado.
Al
finalizar la semana me sentía pletórico, no sólo asomaba un sol
soberbio, si no que mi mujer ese día llegaría más tarde a la
vivienda.
Me
acomodé como venía haciendo toda la semana, a través del
resquicio de la ventana, y me dispuse a mirarla, cuando entonces ella
se incorporó, y se desprendió del sujetador.
Me
sentí como un adolescente impregnado de hormonas, cogí la cajetilla
de tabaco, saqué un cigarro, y con el click que hizo la rueda al
prender la llama, algo estalló, ella levantó la cabeza, y me invitó
descaradamente con un tono de voz modulado a que bajara.
Un
sudor frío recorrió mi espina dorsal, ni siquiera me cambié de
ropa, me enjuagué la boca con colutorio, y me bañé en desodorante
axe, imaginándome
que yo era el macho del anuncio.
La
puerta estaba entreabierta, ella me esperaba al fondo del pasillo,
donde las virutas de polvo, sobrevolaban en el aire pegajoso.
Con
un cigarro en una mano, y una copa en la otra, hizo un gesto suave
con su barbilla afilada, invitándome a entrar, se mostró ante mi de
una manera sensual, que hizo que se me nublara la vista, solo cuando
su lengua recorrió todos los recovecos de mi boca, arrastrando los
restos de enjuague bucal con su lengua, el bulto que creció de entre mis
piernas, se vio infinitamente intimidado, por el levantamiento de su
sexo, que vi crecer de soslayo con su lengua todavía dentro mi boca.
Muy bueno!! Jaja
ResponderEliminarCuando una mujer quiere, ella invita a hacerlo.
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